COLOSENSES 2: ¿QUÉ ES LO IMPORTANTE?


“16 Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, / 17 todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo. / 18 Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los ángeles, entremetiéndose en lo que no ha visto, vanamente hinchado por su propia mente carnal, / 19 y no asiéndose de la Cabeza, en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios. / 20 Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos / 21 tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques / 22 (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? / 23 Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne.”
Como cristianos a veces nos sentimos acosados por un medio que tiene costumbres opuestas a las nuestras, como ingestión de ciertos alimentos, bebidas alcohólicas, formas de vestir, etc. Pero también podemos encontrar diferencias con personas de otras iglesias y sectas. Esto suele ocasionar problemas en las relaciones interpersonales. No falta quien nos critica porque no bebemos vino, o porque no comemos algo que consideramos nocivo o prohibido. Pero si lo hacemos se nos tildará de falsos cristianos o hipócritas. Si la crítica viene de labios de un “hermano” esto es peor. ¡Qué mal nos sentimos de ser puestos en el asiento de los acusados! Incluso tendremos que soportar que se nos predique, Biblia en mano, acerca de la herejía que practicamos. ¿Por qué guardamos un día y no otro? ¿Por qué no cumplimos toda la Ley del Señor? ¿Por qué no estamos en la “iglesia verdadera”? Es casi una tortura vivir esta experiencia, que bien podríamos catalogar como “persecución”. Sólo así será para nosotros una bendición.
Mas el problema mayor está dentro de nosotros. Es que aún vivimos como lo hacíamos antes de conocer al Señor, por la opinión de otros y no por el juicio de Dios. Si Él es nuestro Padre y Señor, sólo a Él es a quien debemos explicación de nuestros actos, y por supuesto a nuestras autoridades eclesiales, ministros de Dios. La Palabra de Dios es clara en este punto: “Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo”. Usted y yo podemos tener distintas interpretaciones o puntos de vista acerca de lo que debemos comer, beber, vestir o días que guardar; pero la última Palabra la tiene Dios. Va a ser muy difícil que todos los cristianos y todas las iglesias nos pongamos de acuerdo totalmente sobre estos puntos, hasta que Cristo regrese y nos diga la Verdad. Lo importante es que vivamos de acuerdo a nuestros principios y respetemos al que piensa o interpreta diferente la Biblia. Discutir sobre esos asuntos es tiempo perdido que sólo conduce a disensión, división y rencor. Mejor es seguir el consejo del apóstol: “Mas evita profanas y vanas palabrerías, porque conducirán más y más a la impiedad” (2 Timoteo 2:16) y “Pero evita las cuestiones necias, y genealogías, y contenciones, y discusiones acerca de la ley; porque son vanas y sin provecho” (Tito 3:9).
Es muy propio de la ley la prohibición de ciertas cosas y la amenaza de castigo para el que las infringe. Entonces nos preguntamos ¿Seguimos viviendo bajo una rígida Ley que nos amedrenta y acusa siempre como culpables? ¿Es que si cumpliéramos aquellas cosas que la ley –sea de Dios o de nuestros hermanos o de otra iglesia- ya dejaríamos de ser culpables? ¿Acaso no somos siempre pecadores pues somos de la raza caída de Adán? El cumplimiento de tales cosas no nos salva ni nos hace mejores. Nuestra salvación se apoya en la muerte de Jesucristo en la cruz, que entregó su vida por nosotros los pecadores y en Su resurrección que certifica que ese sacrificio ya fue aceptado por Dios. Lo anterior: los días que se deben guardar, la comida que se debe ingerir, los líquidos que no se deben beber, son cosa del pasado, una sombra de lo que realmente Dios desea de nosotros. El Texto dice de esas prohibiciones: “todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo.” Nuestros cuerpos, estómagos, bocas, cerebros, ojos, etc. ya no nos pertenecen ni pertenecen a otras personas, como para ser administrados y juzgados por ellos. Ahora mi cuerpo y su cuerpo son de Cristo.
Así es que “Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los ángeles, entremetiéndose en lo que no ha visto, vanamente hinchado por su propia mente carnal, / y no asiéndose de la Cabeza, en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios.” No nos sintamos superiores a otros, ni salgan palabras de vanidad de nuestros labios, porque guardamos mejor la Ley o porque estamos en la Gracia, porque descansamos en el verdadero día de reposo o porque no bebemos alcohol o lo bebemos con libertad.  
Si decimos que hemos “muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo” significa que ya no vivimos por el “qué dirán” o juicio de otros, no vivimos hipócritamente para parecer bien a otras personas o para que crean que somos de una forma y en verdad somos lo contrario. Esos rudimentos o principios no son los de un cristiano, pues son cosas externas. ¿Por qué empeñarse tanto “preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres)” y no preocuparse más por ser veraces, auto controlados, honestos, de buen hablar, como aconseja la Biblia? (Efesios 4:25-29)
Con el tiempo nos relajamos y todas esas normas humanas “se destruyen con el uso”. Lo más válido es la lucha contra la mentira, falsedad, hipocresía, doble standard, falta de dominio propio, intemperancia, glotonería, lujuria, murmuración, chisme, hablar grosero o en doble sentido, maldiciones, negativismo, etc.  La lucha diaria contra nuestras bajas pasiones, “los apetitos de la carne” y debilidades es lo que más debiera preocuparnos. Si así lo hiciéramos no tendríamos valor ni tiempo para criticarnos por comidas, bebidas, días de fiesta, lunas nuevas o días de reposo. Ocupémonos de lo que es importante y nos conduce a la vida eterna.

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