EFESIOS 6: GUERREROS VICTORIOSOS EN CRISTO.

"12 Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.”

La vida cristiana es una lucha, una batalla o combate permanente, una verdadera guerra. Así lo dice la Biblia: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne”. De inmediato aclara que esta confrontación no es contra personas de carne y hueso. El enemigo o los enemigos no son el vecino que tira basura delante de mi puerta, el compañero de estudios que me hace “bulling” en el colegio, el jefe que me discrimina por ser cristiano o las personas que tratan de tentarme a que haga cosas que van contra nuestra moral. No, ellos no son los enemigos, son sencillamente los instrumentos o armas de combate que usa el “enemigo de nuestras almas” para sacarnos de nuestras casillas, para enojarnos y hacernos perder la paz, para que caigamos en aquello que nosotros sabemos no debemos ser débiles. Estos “tanques” que embisten contra los cristianos, con sus “dardos encendidos”, con sus bombas homicidas apenas son las incautas almas que ese enemigo malo, astuto y mentiroso, utiliza para debilitarnos.

No desestimemos la fuerza ni la organización del enemigo en esta guerra. Nótese, es más que un combate cuerpo a cuerpo, aislado, el que tendremos que enfrentar. Es una campaña completa, una guerra espiritual la que libramos diariamente los cristianos. La Escritura nos dice que “no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad”. No son pocos estos enemigos y están muy bien organizados. Tal vez su principal estrategia de combate sea la invisibilidad. Y no me refiero a que no podamos verles, porque ciertamente son espíritus malignos, sino en esa persistencia en convencernos de que no existen. Por eso es que el Espíritu Santo nos recuerda siempre esta Palabra, que tenemos una lucha contra seres que no son de carne y hueso, de “carne y sangre”. Los veintiún siglos de cristianismo muchos cristianos han vivido ignorantes de esta realidad, burlándose del diablo y sus huestes, caricaturizándolos, pensando que son sólo imaginación y tema para literatura o películas de Harry Potter; bajándole el perfil a algo muy serio: hay un enemigo que controla y dirige huestes en contra de los santos. Su propósito es arrastrarnos al infierno o, a lo menos, debilitarnos e inmovilizarnos para que no cumplamos la misión que Jesucristo nos ha encargado, cual es sacar y salvar vidas de las tinieblas.

De acuerdo al presente Texto, el enemigo está organizado en los siguientes niveles:

1) Principados, son los príncipes o principales que ayudan a Satanás a cumplir sus planes en las naciones (Daniel 10:18-20)

2) Potestades, son los espíritus poderosos que permanecen en nuestro plano finito de realidad y se encargan de romper todo equilibrio. Son guardianes de las tinieblas (Colosenses 2:15)

3) Gobernadores de las tinieblas de este siglo, son los que mandan un territorio y están en operación en el sistema social, político, y cultural del mundo (Génesis 41:34)

4) Huestes espirituales de maldad, son los demonios que como soldados obedecen a los gobernadores de las tinieblas y atacan con: enfermedades, accidentes, tentaciones y todo tipo de calamidad a los humanos, en especial a los cristianos (San Marcos 1:23-26) 

Finalmente el Libro Santo declara que estos ángeles caídos o demonios, actúan “en las regiones celestes”. Tales regiones no son la dimensión de Jesucristo y Sus ángeles, es decir “los lugares celestiales en Cristo” (Efesios 1:3), sino una dimensión inferior, donde nos movemos los seres humanos con nuestros espíritus. Gracias a Dios que ya somos vencedores en Cristo, que estamos en una posición superior sentados con Él, y que tenemos las armas necesarias para vencer, a saber: 1) la Verdad del Evangelio; 2) la Justicia que nos trae la fe en Jesús; 3) la Paz, fruto del perdón de Dios; 4) la Fe en Jesucristo; 5) la Salvación eterna; 6) la Palabra de Dios; y 7) la oración en el Espíritu Santo.

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