GÁLATAS 1: PERDONADOS POR SU GRACIA.

Ubicación de Siria en el Medio Oriente.

Mapa Topográfico de Turquía.


“13 Porque ya habéis oído acerca de mi conducta en otro tiempo en el judaísmo, que perseguía sobremanera a la iglesia de Dios, y la asolaba; / 14 y en el judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres. / 15 Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, / 16 revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre, / 17 ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia, y volví de nuevo a Damasco. / 18 Después, pasados tres años, subí a Jerusalén para ver a Pedro, y permanecí con él quince días; / 19 pero no vi a ningún otro de los apóstoles, sino a Jacobo el hermano del Señor. / 20 En esto que os escribo, he aquí delante de Dios que no miento. / 21 Después fui a las regiones de Siria y de Cilicia, / 22 y no era conocido de vista a las iglesias de Judea, que eran en Cristo; / 23 solamente oían decir: Aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe que en otro tiempo asolaba. / 24 Y glorificaban a Dios en mí.”

El apóstol Pablo antes de convertirse y de comenzar su ministerio en Antioquía, era conocido como Saulo de Tarso. Era un judío de la tribu de Benjamín, discípulo de “un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, venerado de todo el pueblo,” (Hechos 5:34) Fue un encarnizado y furioso perseguidor de los primeros cristianos, hasta llegar a consentir el asesinato del primer mártir de la Iglesia, Esteban. “Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel.” (Hechos 8:3)

El Apóstol reconoce en esta carta dirigida a los hermanos de Galacia, su conducta judía acorde con las tradiciones de sus padres, las que practicaba con gran celo. La fe ciega, sin considerar la dignidad de la persona humana, puede llevarnos a extremos fanáticos y a actuar en contra de Dios mismo. Sin duda Saulo de Tarso tuvo que pedir perdón y arrepentirse de haberse opuesto a Dios y Su Evangelio. El Señor le dijo algo así como “Al perseguir a los cristianos estás dañándote a ti mismo, igual que el caballo que pega patadas al aguijón”. El apóstol fue obediente a la visión celestial y siguió al llamado de Jesucristo, entendió que había sido apartado por Dios desde el vientre de su madre. ¡Quién mejor que él, perdonado de tanto daño hecho a la Iglesia, como para reconocer la misericordia de Dios! Desde el comienzo comprendió la gracia del Señor, supo el significado que ésta tiene en la salvación del hombre. Por eso dice “me apartó, y me llamó por su gracia”

El Espíritu Santo reveló a Jesucristo en Saulo de Tarso, que llegó a ser el Apóstol Pablo. Esta revelación comenzó en el camino a Damasco, continuó en Tarso y Arabia, y se completó en Antioquía, donde comienza el cumplimiento de la misión que Dios le encomendó: “que yo le predicase entre los gentiles”. Tal misión le fue dada por el mismo Señor. He aquí una de las pruebas de que él es un verdadero apóstol. Nos cuenta: “ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia, y volví de nuevo a Damasco.” Lo señala no por orgullo sino para demostrar que su misión no le fue encomendada por hombre alguno sino por el mismo Hijo del Hombre.

Posterior a su viaje a Arabia y Damasco, acudió recién a la ciudad santa de Jerusalén para visitar al Apóstol Pedro. Con él estuvo quince días; ¡qué de cosas conversarían! ¡Cuántas preguntas le haría Pablo a Pedro, acerca de la Persona del Maestro! También el Pescador escucharía de San Pablo las últimas revelaciones del Señor. Indudablemente fue el encuentro de dos gigantes de la fe. A ningún otro apóstol vio, “sino a Jacobo el hermano del Señor.”

Después de visitar a San Pedro, fue a las regiones de Siria y Cilicia, actual Turquía (ver mapas). Nadie le conocía en persona aún, en las iglesias cristianas de Judea; solamente habían oído decir que “Aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe que en otro tiempo asolaba.” Tal cosa les impulsaba a dar gloria a Dios, el Único capaz de volver a sus enemigos en verdaderos amigos. No como los seres humanos sin Cristo, que jamás perdonan y odian a sus enemigos, nunca les aman y menos los convierten en amigos, salvo que sean unos hipócritas. Pero Dios no es hipócrita y Sus sentimientos y valores son verdaderos. Él llama lo que no es como si fuera y vuelve las tinieblas en luz.

Cuando los hombres vemos a un pecador que ahora dice creer en Jesús, no le creemos del todo. Si encontramos a un hombre que era malo, egoísta, dañino, incrédulo, que ahora dice ser ministro de Dios, tendemos a desconfiar de él y a creer que está fraguando algo, es uno más de sus engaños. En los tiempos de los primeros apóstoles, si alguien que hablaba en contra de Dios, se burlaba de los cristianos y se reía de la Iglesia, ahora predicaba a favor del Señor, elogiaba a los hermanos y ponía muy en alto a la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, ¿lo recibirían con alegría, espíritu de perdón y plena confianza? De seguro muchos desconfiarían. Cuando Pablo predicó por primera vez a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios; los hermanos “que le oían estaban atónitos, y decían: ¿No es éste el que asolaba en Jerusalén a los que invocaban este nombre, y a eso vino acá, para llevarlos presos ante los principales sacerdotes?” Los oyentes estaban confundidos al escuchar su testimonio (Hechos 9:20-22)

El mundo no confía en la conversión de los pecadores pues tiene un falso concepto de la santidad y total desconocimiento de la salvación. He escuchado a muchas personas hablar mal de los pecadores arrepentidos pues no comprenden que Dios ama a todos los hombres, incluyendo los más malvados, y desea dar de Su perdón al que acude a Él arrepentido, al que reconoce que es pecador, sin importar obra alguna.

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