2 CORINTIOS 10: MINISTROS DE LA PALABRA.


“1 Yo Pablo os ruego por la mansedumbre y ternura de Cristo, yo que estando presente ciertamente soy humilde entre vosotros, mas ausente soy osado para con vosotros; 2 ruego, pues, que cuando esté presente, no tenga que usar de aquella osadía con que estoy dispuesto a proceder resueltamente contra algunos que nos tienen como si anduviésemos según la carne. 3 Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; 4 porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, 5 derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, 6 y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta.”

Pocas veces escribimos, en nuestra época, en primera persona. Acostumbramos decir, con falsa modestia y no haciéndonos cargo de nuestros propios pensamientos y sentimientos, que usar el yo es de mala educación. Sin embargo el Señor lo utilizó; siete veces encontramos en el Evangelio de San Juan Su autodefinición: “Yo soy el pan de vida”, “Yo soy la luz del mundo”, “Yo soy la puerta al corral de las ovejas”, etc. Pero es que Él es el Señor, Dios, podríamos pensar. Pero aquí tenemos a un varón de Dios, el Apóstol Pablo, hablándonos así: “Yo Pablo os ruego por la mansedumbre y ternura de Cristo, yo…”

El Apóstol nos ruega, a los corintios y a nosotros también, a la Iglesia, no en su nombre, que es sólo hombre, sino “por la mansedumbre y ternura de Cristo”, que sigamos su consejo, que obedezcamos al Señor, puesto que eso es todo el mensaje del Evangelio: obedecer a Dios, obedecer a la Palabra de Dios y obedecer al Espíritu Santo de Dios. Dice él que estando presente es muy humilde entre sus hermanos, pero ausente es valiente y hasta atrevido en su predicación. En cierto modo, hoy el Señor está ausente de nosotros y nos habla por medios “indirectos” como Su Palabra escrita, la voz interior del Espíritu Santo y los sermones y enseñanzas de nuestros pastores; pero un día le veremos y escucharemos cara a cara. Ese día no quiero ser reprendido por el Señor; por eso preferimos obedecer hoy día, aunque Sus mandatos sean duros y osados.

Algunos piensan que el ministro de Dios y las autoridades de la Iglesia andan en la carne; algunos se dedican a ver las ventajas materiales y sociales que puede tener un pastor o predicador; otros envidian y critican la vida de los ministros; hay quienes se dedican a observar el lado humano del siervo de Dios y no escuchan ni ven lo que hay de Dios en él; no permiten que el Espíritu Santo les hable por medio de este atalaya del Señor. Esa es una conducta carnal, pues sabido es que todos somos pecadores, incluidos los ministros de Dios, y que Él ha puesto el tesoro de la Palabra de Dios en vasos de barro. San Pablo enseña: “aunque andamos en la carne, no militamos según la carne”.

En este fragmento de la epístola, el Señor nos dice cuáles han de ser las “armas de nuestra milicia”. Dice que estas armas “no son carnales”. Compárese este pasaje con el de Efesios 6:13 “Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. En Efesios nos enseña cuál ha de ser la armadura del buen soldado de Jesucristo, incluida dos armas: la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios y la oración, esa lanza que se proyecta más allá de nosotros. En Corintios nos enseña las capacidades o potencialidades de las armas del cristiano, sobre todo del apóstol (llamado y enviado de Dios): primero son poderosas para destruir las fortalezas del enemigo; segundo, derriban “argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios”; tercero, llevan “cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”; y cuarto, prestas a “castigar toda desobediencia” hasta que la obediencia de los discípulos sea perfecta. Las armas a las que se refiere el apóstol son los argumentos bíblicos, la predicación del Evangelio, el conocimiento y revelación del Espíritu Santo, la exégesis bíblica, la homilética y el discernimiento espiritual, es decir el ministerio de la Palabra.


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