2 CORINTIOS 7: GOZOSOS EN LAS TRIBULACIONES.


1 Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.

¿Cómo se perfecciona la santidad? En primer lugar teniendo temor de Dios. ¿Qué es el temor de Dios? Es la virtud consistente en respetar al Señor como el Dueño de nuestra vida, no querer ofenderle y ser humilde ante Su soberanía. ¿Cómo se perfecciona la santidad? En segundo lugar limpiándonos de toda cosa que nos contamine, tanto física como espiritualmente. Lo que nos contamina es pecado. Limpiémonos, pues, del pecado, y así aumentaremos en santidad. Hay pecados de pensamiento, de sentimiento, de obra y de omisión.

2 Admitidnos: a nadie hemos agraviado, a nadie hemos corrompido, a nadie hemos engañado. 3 No lo digo para condenaros; pues ya he dicho antes que estáis en nuestro corazón, para morir y para vivir juntamente. 4 Mucha franqueza tengo con vosotros; mucho me glorío con respecto de vosotros; lleno estoy de consolación; sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones.

Las virtudes que aquí exhibe San Pablo, son dignas de imitarse:
- A nadie ofender o agraviar.
- A nadie corromper o llevar por un mal camino, poniendo ideas negativas en su mente.
- No condenar al prójimo, haciendo juicios tajantes.
- Amar sinceramente, con un corazón limpio y abierto.
- Ser franco, directo.
- Estar lleno de consolación para con uno y el prójimo.
- Encontrar el gozo del Señor cuando se está en tribulaciones.

10 Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte.

A veces Dios permite que tengamos tristezas. Yo las he tenido, y fuertes, como casi todo el mundo. La gran parte de las veces esas tristezas son nuestra responsabilidad, por malas determinaciones tomadas en la vida. Si somos reflexivos, si pensamos en lo malo o triste que nos sucede, y estamos abiertos a la Voz sabia del Señor, es probable que nos percatemos de nuestros errores y no tomemos una posición de víctimas de los demás o víctimas del diablo. Si somos sabios, sabremos reconocer nuestros yerros y arrepentirnos.

De muchas cosas necesitamos arrepentirnos, menos de la salvación. Haber aceptado al Señor Jesucristo es lo mejor que nos pudo pasar en la vida, pues abrió todo un mundo de posibilidades para el alma y el espíritu. De la salvación, de ese día en que dijimos sí a Jesucristo, del bendito día en que creímos a la Palabra de Dios, necesitamos tomarnos y jamás soltarnos. En cambio de todas estas otras cosas que batallan en nuestro interior como las malas determinaciones, los desencuentros con la familia o la pareja, las preocupaciones materiales y financieras, los sueños incumplidos, las ofensas, las tentaciones, las debilidades personales, todo aquello es para “trabajarlo”. Dios quiere pulirnos, capacitarnos, limpiarnos, modelarnos. Para ello usa el dolor “la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación”. No hagamos frente a Dios, no luchemos con Él sino que rindámonos y permitamos que esa “tristeza” produzca su fruto en nosotros, para ser mejores personas, mejores cristianos y más felices.

La palabra arrepentimiento a veces nos es difícil de aceptar. De tan usada se ha vuelto incomprensible. La hemos reducido a sentirse culpable y llorar, pero es algo más que eso. Como cuando vamos al médico y éste nos manda a hacernos un escáner o radiografía, así es el arrepentimiento. La placa nos mostrará la condición interior de huesos y órganos. El arrepentimiento es mirar nuestra interioridad claramente, sin rodeos ni suavidades. Allí está el cáncer o el hueso roto, allí está la envidia, el orgullo o cual sea nuestro pecado. Aceptémoslo, aunque nos duela, y Dios hará lo demás.


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