1 CORINTIOS 2: CRISTO, NUESTRA MENTE.

“14 Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. 15 En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. 16 Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.”

Las personas que no han reconocido a Jesucristo como su Salvador y Señor no pueden percibir lo que hace el Espíritu Santo, porque esas personas no han nacido de nuevo ni tienen morando al Señor en su corazón. Es el Espíritu el que nos guía a toda verdad y justicia[1] y nos puede dar el entendimiento espiritual para comprender los asuntos Divinos. Hay hombre natural y hombre espiritual; el primero es el que hay no es salvo, el segundo es el que ya ha sido salvado; el primero no tiene el Espíritu de Dios, el segundo sí lo tiene.

Para el hombre sin Dios u “hombre natural” las cosas tocantes a la Divinidad son extrañas, incomprensibles, ilógicas, poco realistas, subjetivas, dudosas, una locura y hasta una tontería. Como no las entiende las rechaza y se las deja a lo que él llama la “religión”. Así, poniendo como barrera la religión, se aparta de Dios y se defiende de los que vienen a hablarle del Evangelio o de la Palabra de Dios, diciendo “yo tengo mi religión”, “no me cambien de religión”, “esas son cosas de religión y a mí no me interesan”, y otras excusas semejantes.

Para discernir las cosas de la fe es necesario haber experimentado un cambio de naturaleza, haber nacido de nuevo –como enseña Jesús: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”[2] –ya no ser un hombre natural sino un hombre sobrenatural o espiritual, que porta dentro de sí el Espíritu de Él. Discernir se define como “distinguir algo de otra cosa, señalando la diferencia que hay entre ellas”. Si alguien no ha experimentado la fe verdadera, es imposible que distinga entre los dos reinos del espíritu, qué es el pecado y cómo superarlo, la operación de los dones del Espíritu, etc. Tampoco puede discernir y separar entre espíritu y alma, porque para él son la misma cosa. Por otro lado llama espiritual a todo lo referido a las creencias y aún hasta lo cultural es para esa persona lo espiritual. No sabe discernir como señala la Escritura: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.”[3] Separar entre pensamientos y motivaciones de las personas es un asunto delicado y profundo, posible sólo a quien tenga las herramientas espirituales para hacerlo.

Cuando el Texto nos dice que “el espiritual juzga todas las cosas” no se refiere a un juicio condenatorio sino a la comprensión o discernimiento de las cosas. El cristiano en ese caso no está juzgando a su prójimo, sino que sencillamente discerniendo sus conductas y motivaciones, guiado por el Espíritu Santo y la Palabra de Dios. Es un juicio sin condenación, cosa que deja al Señor.

El cristiano no puede ser juzgado porque sólo el Señor nos juzga rectamente. Sí podemos ser discernidos por otros cristianos, sobre todo si ellos tienen el don de discernimiento[4] mas no juzgados en el sentido legal. La Palabra de Dios dice que el nacido de nuevo “no es juzgado de nadie” porque actúa conforme a la voluntad de Dios, por lo tanto nadie puede cuestionarle. Sin embargo somos pecadores y siempre cometeremos algún error y muchos pecados, pero el que nos juzgará por ello siempre será el Señor. ¿No puede juzgar la Iglesia? Sólo juzgar en el sentido de discernir pero no con el propósito de imponer castigos. No corresponde a la Iglesia juzgar; aún los tribunales eclesiásticos están sólo para discernir la conducta del hermano, mas el castigo lo decide el Señor. La Iglesia no funciona como el mundo, no puede juzgar, sentenciar y condenar, sólo puede discernir y perdonar. Cuando Jesús recomienda, frente al caso de un desobediente, “si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano”[5] está apelando a nuestra comprensión y misericordia, no pide que le condenemos y expulsemos de la Iglesia, sino que lo consideremos como alguien que no puede discernir lo espiritual, o sea un incrédulo.

La mente del Señor el hombre no puede conocerla por sí solo. Es preciso que venga Dios mismo a nosotros para poder comprender algo de la mente de Cristo. Obviamente el Espíritu Santo conoce la mente de Dios. Por lo tanto es lógico pensar que, quien tiene Su Espíritu, puede por el Espíritu comprender la mente del Señor. El Apóstol va más lejos y afirma: “Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.” Si usted tiene al Señor en su corazón, también lo tiene en su mente. El modo de pensar de Jesucristo ya está en el cristiano. Sólo requiere activar ese modo de razonar, interpretar, discernir y comprender la vida.

¿Quién conoció la mente del Señor? El Padre, el Espíritu Santo y ahora Su Iglesia, en la que los cristianos estamos incluidos. ¿Quién le instruirá al Señor? Nadie, puesto que Él es la Verdad y todo lo sabe. Al contrario, Él nos instruye a nosotros, diariamente, a cada minuto, pues tenemos Su mente, Cristo es la mente del cristiano.

[1] San Juan 16:13
[2] San Juan 3:3
[3] Hebreos 4:12
[4] 1 Corintios 12:10
[5] San Mateo 18:17

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