HECHOS 22: EL ESPÍRITU SANTO CONVIERTE VIDAS.

En este capítulo, nuevamente se relata la conversión de San Pablo. En el capítulo 9: 1-19 es el historiador San Lucas quien cuenta ese hecho extraordinario del Espíritu Santo. En Hechos 22:6-16 lo hace por medio del testimonio del apóstol ante el pueblo de Jerusalén.

Si fundimos ambos textos obtenemos el siguiente relato:
Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén. Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, como a mediodía, repentinamente le rodeó mucha luz, como un resplandor del cielo.

Cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” El dijo: “¿Quién eres, Señor?” Y le respondió: “Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón.” Él, temblando y temeroso, dijo: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?, ¿Qué haré, Señor?” Y el Señor le dijo: “Levántate, ve y entra en la ciudad de Damasco, y allí se te dirá todo lo que debes hacer.”

Los hombres que iban con Saulo se pararon atónitos, vieron la luz, y se espantaron; oyeron la voz, pero no la entendieron ni vieron a nadie.

Entonces Saulo se levantó del suelo, y abriendo los ojos, no veía a nadie a causa de la gloria de la luz; así que, llevándole por la mano, le metieron en Damasco, donde estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió.

Había entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, varón piadoso según la ley, que tenía buen testimonio de todos los judíos que allí moraban, a quien el Señor dijo en visión: “Ananías.” Y él respondió: “Heme aquí, Señor.” Y el Señor le dijo: “Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí, él ora, y ha visto en visión a un varón llamado Ananías, que entra y le pone las manos encima para que recobre la vista.” Entonces Ananías respondió: “Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén; y aun aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre.” El Señor le dijo: “Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre.”

Fue Ananías a Saulo y entró en la casa, y poniendo sobre él las manos, le dijo: “Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo. Hermano Saulo, recibe la vista.” Y en aquella misma hora le cayeron de los ojos como escamas, y recobró al instante la vista y lo miró. Y Ananías dijo: “El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad, y veas al Justo, y oigas la voz de su boca. Porque serás testigo suyo a todos los hombres, de lo que has visto y oído. Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre.”

Levantándose, fue bautizado. Habiendo tomado alimento, recobró fuerzas y estuvo Saulo por algunos días con los discípulos que estaban en Damasco.
He aquí el testimonio de la vida de un hombre que es llamado y convertido por el Espíritu Santo. Vemos, también, el testimonio de Ananías, un discípulo humilde y obediente, usado por el Señor para ungir y profetizar al que será el apóstol de los gentiles. Ambos fueron necesarios para el desarrollo de la Iglesia y la extensión del Evangelio del Reino.

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